El gobierno de Alberto Fernández esperaba con ansias la realización de la Cumbre de Estados Caribeños y Latinoamericanos (CELAC) para, aunque sea por unos días, poder desviar la atención de los graves problemas que envuelven al país, relanzando una agenda regional con la visita de Lula Da Silva.
Más allá de las expectativas, el desarrollo de la CELAC dejó una doble preocupación. Por un lado, la de un cuerpo diplomático que no parece estar a la altura de las circunstancias. Por otro, la preocupación acerca de la imagen presidencial que continúa deteriorándose.
Una vez más, Alberto Fernández pareció perdido durante el desarrollo del evento, incluso al inicio del mismo, cuando respondió a la pregunta de un periodista acerca de la participación del venezolano Nicolás Maduro, sosteniendo: “Yo no tengo ninguna noticia hasta acá de que el presidente Chávez no venga”.
El rostro denotaba a un mandatario agobiado y, quizás por ese motivo, los errores no se detuvieron allí. De hecho, al dar por iniciada la cumbre, Fernández protagonizó otro insólito furcio: “Voy a dar un golpe con este martillo y a dar por inaugurada la sesión, con lo cual dejó así inaugurada la Cumbre de las Américas… De la CELAC, perdón”.
Pero la perlita que dejó a todos perplejos ocurrió al cierre del evento, cuando Alberto Fernández entregó la presidencia de la CELAC a Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y las Granadinas, quien en lugar de saludar a su predecesor optó por girar a su derecha y sólo abrazar a Lula. La imagen de Fernández, solo y al margen de la situación, habla por sí sola.
El presidente argentino quedó de pie, a la espera del saludo que nunca llegó. De fondo, la voz de la locutora anunciaba el cierre de la Cumbre, mientras Fernández juntaba sus lentes y papeles como si se estuviera sacando un peso de encima.
Más allá de los intentos, el mensaje fue demoledor: la región hoy gira en torno a la figura de Lula, y el gobierno de Fernández poco y nada tiene para ofrecer, incluso para San Vicente y las Granadinas.
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