29 marzo, 2024

Renuncias en el gabinete: el Frankenstein que Cristina y Alberto concibieron se ha vuelto contra sus creadores

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En pocos días, se consumió un experimento que muchos llamaban “coalición” y pretendió recrear la otrora omnipotente “unidad peronista”. Demasiados eufemismos para nombrar un engendro que desde el comienzo fue lo contrario de lo que el país necesita: reglas, confianza, cooperación y un serio programa de salida.

En la novela de Mary Shelley, quien jugó a ser Dios y engañar a la muerte descubre tarde que no podrá controlar las fuerzas así desatadas. Ellas se vuelven en su contra y lo destruyen.

No es muy distinto a lo que está pasándoles a las dos actuales cabezas de nuestro maltratado sistema institucional. Juntaron los pedazos, brazos y piernas, de un peronismo atravesado por infinidad de conflictos, para reconectarlo al pulmotor del Estado, devolverlo a la vida y asegurarse ellos de paso, para sí, la entrada al cielo, o al menos a “la historia”, con un certificado judicial trucho de buena conducta.

De esta historia, no hay escape ni hay final feliz imaginable.

Pero el monstruo invertebrado que resultó exige un flujo de energía para mantenerse unido y en movimiento que no hay forma de proveerle en las actuales circunstancias. Así que se ha vuelto contra sus creadores, patalea, les vota en contra o se niega a votar. Ante lo cual los padres de la criatura reaccionan, a su vez, enloquecidos, cegados por el orgullo herido, se desesperan por complacer al público, a la vez que por sacarle el cuerpo al castigo que el destino ha preparado para sus fantasías omnipotentes.

Primera mala noticia para Alberto y Cristina

De esta historia, igual que en la del libro de Shelley, no hay escape ni hay final feliz imaginable. Como mucho se podrá evitar el peor escenario, pero todos los disponibles son bastante penosos. Así que el dúo estelar de nuestra historia está condenado a seguir unido hasta el final, sus destinos están atados uno al otro y al del monstruito que crearon.

Los albertistas que tercamente hacen votos por la sobrevida del presidente ahora fantasean con que finalmente llegó la hora de la rebelión. Suenan tan irresponsables y alienados como su jefe. Tal vez algo así tenía alguna chance de éxito al comienzo del mandato, o durante 2020, pero hoy, aunque Cristina sea más débil que nunca, Alberto lo es mucho más: recordemos cuál es el motivo principal por el cual el jefe del Ejecutivo se niega a cambiar ministros. Es porque sabe que no va a poder convencer a nadie con mínimo capital político y técnico de entrar a una gestión que hace agua por los cuatro costados, a la que le espera una derrota en noviembre peor que la que sufrió en las PASO y que estará condenada a administrar un ajuste muy duro en los dos años que le faltan. Ni un zombi muerto de hambre se metería en ese baile.

Cristina deja en manos de Alberto la tarea exclusiva de hallar la cuadratura del círculo.

Alberto no está para andar perdiendo amigos. Va a necesitar todo el apoyo que pueda reunir del peronismo, de gobernadores, sindicalistas y movimientos sociales que aunque hoy lo respaldan frente a Cristina, y casi gratis, no dejan de hacer saber que cada paso que quiera dar de acá en más le va a exigir vaciar sus exiguas arcas: por algo tras las palmaditas en el hombro de rigor, tanto Sergio Uñac de San Juan como Juan Manzur de Tucumán se negaron a sumarse al gabinete, saben lo incómodo que es y será estar de ese lado del mostrador, y lo seguro que es quedarse donde están.

Para no hablar de lo que le va a exigir La Cámpora, que salga o no finalmente del gobierno, va a tratar de representar el voto bronca mejor que Javier Milei, y tal vez con sus mismos tonos. Es lo que anuncia la carta de Cristina al presidente del jueves a la tarde: se aclara allí que ella nunca quiso ajuste, ni va a seguir tolerándolo. No explica cómo se compatibiliza eso con arreglar con el Fondo, pero esa es la tarea que deja ahora en las exclusivas manos de Alberto, hallar la cuadratura del círculo.

De entre los que lo rodean, a los que menos tendrá que temer el presidente es a quienes acaban de sumirlo en el marasmo de la derrota: en adelante será la principal oposición la que seguramente ofrezca la ecuación costo/colaboración más ventajosa, y la más fácil de mantener en una posición institucional de responsabilidad; básicamente porque es la que se imagina con más chances de heredar este desastre, y no querrá que él sea mucho peor, y porque esa posibilidad puede hacer que el Fondo, los inversores externos e internos pongan una moneda y hagan un voto por el futuro del país. Como sucedió ya después de 2013, el que viene financia al que se va, y hasta le paga sus locuras, con tal de que no se vuelvan ya impagables.

Segundo motivo

El otro motivo por el que Alberto se negó a hacer cambios en estos días fue, claro, evitar que se dijera que él y su gente eran los responsables principales o únicos de la derrota. Probó así el presidente que puede perder la dignidad, pero no el orgullo.

Finalmente, era bastante razonable, caía en verdad de maduro, que algo de esa responsabilidad admitiera. Pero si se comportó como un completo autista debió ser, además de por orgullo, por instinto de supervivencia: se vio venir un palazo humillante de parte de Cristina y los suyos, y que los demás socios le iban a soltar la mano. ¿Fue razonable su decisión de “resistir” en esa situación, o hizo un cálculo errado, debió saber que Cristina iba a jugar al límite, y no podría contrarrestar sus presiones con otras equivalentes?

Debió saber que su intervención en un acto público para presentar la ley de promoción de inversiones en hidrocarburos junto a Martín Guzmán y Santiago Cafiero, cuando Cristina estaba reclamando sus cabezas iba a ser vista a la vez como un desafío y una señal de autismo. Y la vice, quien todavía sigue siendo la vice, tenía armas a la mano para presionarlo que difícilmente podrían ser contrarrestadas por las suyas: contraponer como hizo, a la renuncia de una docena de funcionarios la pretensión de “seguir gobernando solo”, o con los gobernadores, por las razones ya explicadas, no iba a convencerla.

En su carta al presidente, Cristinaí contradice todo lo que ella misma ha venido haciendo desde 2019.

Ella podrá, además, aumentar la apuesta, puede romper las bancadas legislativas, puede ella misma renunciar. ¿Qué imaginar hacer Alberto en ese caso, llamar de nuevo a Manzur? ¿Pediría que entonces sí se manifieste el Movimiento Evita, al que desmovilizó un día antes?, ¿para qué suspendió esa muestra de apoyo si no para intentar una vía negociada, que sin embargo pareció descartar a continuación con su afirmación pública, la única de estos días, de que seguirá gobernando “del modo que estime conveniente, para eso fui elegido”? Además de autista, alienado. Si pensaba resistir, plantarse en algún momento ante la jefa, ¿no advirtió acaso que este era el peor momento, que el daño para si mismo iba a ser mayúsculo porque ya la opción de sobrevivir solo o atraer otros apoyos era inviable?

Desesperado esfuerzo por lavarse las manos de la derrota

Visto el asunto desde el lado de Cristina, no tiene tampoco mucho más asidero. Lo que queda bien reflejado en su carta al presidente. Allí contradice todo lo que ella misma ha venido haciendo desde 2019: sostiene, para empezar, que el ajuste siempre fue un motivo de discordia con Alberto, pero sin embargo aceptó que se levantaran el IFE y los ATPs, que el dinero enviado recientemente por el Fondo se devolviera a sus arcas, e incluso pocas horas atrás llamó a Martín Guzmán para decirle que no tiene ningún problema con él, que su pelea es con Cafiero, y con el propio Alberto, ¿en qué quedamos?

No explica tampoco, si estos desacuerdos programáticos vienen desde hace tanto tiempo, y ella logró en el ínterin que se cambiara a varios funcionarios de primera línea, y unos cuantos proyectos de ley, así como que se aprobaran otros que no contaban en principio con el beneplácito del Ejecutivo, como el impuesto a la riqueza, por qué no dijo nada hasta que pasaron las PASO, cuando dice además que ella preveía cuál iba a ser el resultado.

Todo suena a un desesperado esfuerzo por lavarse las manos de la derrota, y comportarse de pronto y sin transición, como una completa opositora. La deslealtad en grado sumo. Y una muestra de irresponsabilidad institucional que no se veía desde los tiempos de Chacho Álvarez. ¿Una saltimbanqui irresponsable, guiada también por el orgullo, puede reprocharle a Alberto comportarse como un alienado y un autista? Son el hambre y las ganas de comer.

Ahora que está de moda reflotar videos impresentables del fundador del movimiento, tal vez alguno de los miembros o exmiembros del actual gobierno que no tenga otra cosa mejor que hacer pueda encontrar un video de Perón explicando lo que hizo en los días previos a la masacre de Ezeiza. Yo lo dudo porque creo que jamás se hizo cargo de nada. Pero ojalá sí haya uno pronto donde Cristina se explique, mejor que en su carta.

Vaciarle el gabinete, hay que reconocer, fue una jugada arriesgada, pero aún reversible: algunos de los que dijeron querer irse pueden volver, puede encontrarse un nuevo equilibrio sacando a los miembros del gabinete más intolerables para cada bando. Pero la escalada siguió, con las declaraciones de Alberto y con la carta de Cristina. ¿Hay aún un espacio para negociar? Sí, porque los riesgos para el primero de intentar otro camino, como hemos dicho, son enormes.

El problema es que tal vez el presidente siga haciendo un cálculo equivocado de sus posibilidades. A pesar del rechazo de Uñac y Manzur. Y sucede además, en el mientras tanto, que hay costos que ya se están pagando, y vuelven más irreversible la situación: la posibilidad de que el Frente de Todos capeara el temporal desatado con las PASO medianamente bien e hiciera una elección digna en noviembre, si existía, se evaporó; por lo tanto para Cristina, que le huye desesperada a compartir ese costo tanto como Alberto y, según revela en su carta, cree que su voto propio está incluso hoy por encima de lo que le ofrece el FdeT, la conveniencia de alejarse del gobierno se acrecienta.

De seguir por el camino que van, en síntesis, terminarían desmembrando al monstruito creado en 2019 “para durar mil años, tanto como nuestra amistad”. Demasiado tarde advertirán que, aunque él ya es un zombi, al menos podía seguir caminando, y depositarlos, a ellos sí todavía vivos, en el 2023. Es lo que entienden los gobernadores peronistas, los sindicatos y movimientos sociales y hasta el FMI. Que en cuanto vean que en serio las dos cabezas del engendro quieren terminar el juego, van a poner el grito en el cielo, pero también será tarde.

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