26 diciembre, 2024

San Martín: una niñera guaraní en Yapeyú, la revolución francesa y el sueño de emancipar América

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La visión del historiador Felipe Pigna sobre el Libertador, a 171 años de su muerte.

Chogüí amaba las aves. Imitaba sus cantos tocando la flauta en un claro de la selva. Ellas respondían con la melodía de sus trinos. Un día un picaflor se acercó desesperado. Sus pichones estaban en lo alto de un árbol invadido por “hormigas asesinas”. El niño corrió en su auxilio. Trepó al árbol y llegó hasta el nido, que dejó caer sobre la hierba. Las crías se salvaron, pero las hormigas aguijonearon su cuerpo: Chogüí cayó al vacío y murió. Todas aves del bosque rodearon el cuerpo y lo cubrieron de flores de color azul, las favoritas del niño. También pidieron a Tupá, creador de la luz y el universo, que lo salvara. De la montaña de flores levantó vuelo un pájaro azul cantando “chogüí, chogüí”, que desde entonces juega en los naranjales del Litoral y se confunde con el cielo.

Probablemente Rosa Guarú contará esta leyenda guaraní a José Francisco, que al igual que Chogüí, amaba a las aves y a su canto. José era el menor de cinco hermanos y había nacido allí, en Nuestra Señora de los Tres Reyes Mayos de Yapeyú, hoy provincia de Corrientes, el 25 de febrero de 1778, hijo del capitán del ejército español Juan de San Martín y Gómez y de Gregoria Matorras.

Rosa era la niñera de José. Fue ella quien entre cantos, historias y cuidados lo acompañó en sus primeros pasos. También quien le enseñó la lengua de su pueblo, que tanto se parece a la música. El futuro Libertador de América se interesó así por los guaraníes, se acercó a la naturaleza sin intentar conquistarla, se alimentó de aquellos cuidados maternales.

“Rosa Guarú era guaraní e influyó en el interés de San Martín por los pueblos originarios, por su cultura, y va a tener siempre un gran respeto por ellos”, cuenta el historiador Felipe Pigna, quien destaca el papel que jugó aquella mujer india en los primeros años de vida del Padre de la Patria.

“Además de su importancia en la primera educación, de su pertenencia a los pueblos originarios, Rosa fue quien le enseñó a San Martín a distinguir el canto de los pájaros, a conocer la lengua guaraní, y todo eso quedó grabado en él para siempre”, agrega.

Rosa Guarú, incluso, pudo haber sido la verdadera madre de San Martín. Al menos eso creen algunos historiadores. “Es una hipótesis que no se puede confirmar sin un ADN, pero que circuló con mucha fuerza en los años 90 y se basa en las revelaciones de Joaquina de Alvear, hija de Carlos María de Alvear, quien decía que era la sobrina de San Martín”, detalla Pigna.

Según el investigador “estos dichos dan a entender que tanto Carlos de Alvear como San Martín eran hijos de Diego de Alvear, quien efectivamente pasó por Yapeyú en aquellos momentos, un año antes de que naciera San Martín, por lo que hay algunos indicios de que pudiera ser hijo de Diego de Alvear y Rosa Guarú. Llama la atención también que el único San Martín que tiene niñera estando en Yapeyú sea José”.

Libertad, igualdad, fraternidad

Después de un breve paso de un año por Buenos Aires, donde José tuvo una primera escolarización, los San Martín parten hacia España. José Francisco tenía sólo cinco años y pronto seguirá los pasos de su padre.

La familia se instala primero en Madrid, luego en Málaga. El 15 de julio de 1789, al día siguiente de que en París estallara la Revolución Francesa, es aceptado como cadete en el Regimiento de Infantería de Murcia.

A los 11 años ingresa al Ejército, algo que era habitual para la época”, comenta Pigna, y agrega que “ya a los 13 está combatiendo en Argelia y Marruecos, posesiones españolas en el norte de África, donde integró el cuerpo de Granaderos, que eran quienes manejaban los explosivos, las granadas”.

Pertenecer al cuerpo de Granaderos era voluntario, ya que sus misiones eran muy arriesgas. San Martin recibe los primeros ascensos y reconocimientos. Será ascendido a teniente coronel y condecorado con la medalla de oro por su actuación en la batalla de Bailén el 19 de julio de 1808. “Permanecerá como granadero hasta los 15 años, demostrando mucho coraje, destacándose entre sus compañeros”, subraya el autor de “Los mitos de la historia argentina”.

Pero Europa comenzaba a arder. Y la primera chispa se encenderá en París. “Para San Martín fueron muy importantes las ideas de la Revolución Francesa, que conoce por su interés por la política. Él era un liberal en el buen sentido de la palabra, que en la Argentina nos suena un poco rara después de ciertas experiencias. Los liberales de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX era gente que adhería a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución de 1789”.

San Martín tiene una especial admiración por Voltaire, lo que se nota en las recompras de su biblioteca”

Además, el Ejército español tiene un alto nivel de politización, que aumentará con la invasión francesa en 1808. “Esto a San Martín le permite, por ejemplo, estar un tiempo en Marsella, donde compra una gran cantidad de libros prohibidos en España por la Inquisición, libros de ideólogos de la Revolución como Voltaire, Rousseau o Montesquie”, enumera Pigna.

San Martín es un gran lector de estos pensadores. Tiene una especial admiración por Voltaire, lo que se nota en las recompras de su biblioteca. Fue un gran donador de bibliotecas. Funda la de Mendoza, la de Santiago, la de Lima. Va recomprando los libros que para él son imprescindibles y siempre está, por ejemplo, la ‘Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas’ de Voltaire. También ‘El Quijote’, que es un libro que lo apasiona”, agrega.

Las lecturas sobre “las nuevas ideas”, la épica que encarnaba el Romanticismo en boga en la primera parte del siglo XIX europeo y el triunfo de la Revolución Francesa influyeron muy fuertemente en San Martín. También lo hicieron en otros patriotas latinoamericanos como Andrés Bello, Francisco de Miranda, Bernardo O’Higgins, Simón Bolívar, con quienes fundará la logia de Cádiz y se juramentará volver a América para luchar por su liberación.

Con Napoleón, contra Napoleón

En enero de 1808, las tropas de Napoleón invaden Portugal y después el resto de la península Ibérica. Carlos V entrega el reino de España a su favorito Manuel Godoy y éste a Fernando VII, quien finalmente dimitirá en favor de José Bonaparte. Pero el pueblo español organiza la resistencia. Seráa través de juntas de gobierno instaladas en las principales ciudades, coordinadas por la de Sevilla. Desde las juntas, en unas más que otras, se impulsará también la democratización del reino. Y el fin del absolutismo. Además, serán la inspiración de los patriotas americanos. Y el atajo hacia la libertad en las colonias. Sin embargo Napoleón, quien había sido una inspiración, en tanto portador de los ideales de la Revolución y primer internacionalista, se convertirá en un problema para los partidarios de un orden nuevo.

“Si bien Napoleón representa los ideales de la Revolución, en el caso de España actúa como un opresor”, sentencia Pigna. “Una parte importante de la intelectualidad europea admiró profundamente a Napoleón hasta el punto de crisis de su popularidad, que es cuando se autoproclama emperador”, detalla.

Y recuerda: “Esto vale, por ejemplo, para Beethoven, que era un gran admirador de Napoleón al punto de que le dedica la Tercera Sinfonía, cuya dedicatoria borrará con furia porque entiende que traicionó los ideales revolucionarios al convertirse en emperador”.

“San Martín, Protector del Perú”, acrílico sobre lienzo (20021) de Diego Manuel Rodríguez (www.diegomanuel.com.ar)

Lo mismo le pasa a San Martín, que admiraba a Napoleón pero lo ve actuar con mucha crueldad invadiendo España, independientemente de que el rey Fernando VII era un ser despreciable”, subraya el autor de “La voz del gran jefe. José de San Martín”.

Pero con la llegada de Bonaparte a España estalla también la experiencia de las juntas, que permitió sacarse de encima al Virrey Cisneros en Buenos Aires y disparar un tiro por elevación contra el absolutismo, permitiendo asomar los ideales democráticos.

“La experiencia española de las Juntas es una experiencia muy democrática. El pueblo español quería sacarse de encima a Napoleón y, dentro de ese pueblo, había mucha gente que también detestaba el autoritarismo absolutista y pretendía instaurar una Constitución liberal, como fue la de 1812”, asegura el historiador. Y adiciona: “Esto va a provocar diferentes alzamientos, como el de Rafael del Riego en 1820, que termina imponiéndole a Fernando VII, que había vuelto al trono en 1814, una Constitución liberal”.

“Esto es lo que hay que entender cuando se habla de la participación de San Martín en el Ejército español. Él lo dice claramente: la lucha contra el absolutismo no tiene fronteras y se puede luchar en Europa y se puede luchar en América”, concluye.

El agente inglés

El interés de Inglaterra por imponer el libre comercio para favorecer su incipiente industria manufacturera, los procesos independentistas en América del Sur y la posterior y funesta participación inglesa en la región suelen confundirse, a punto de estimular simplificaciones y minimizar procesos y protagonistas.

Para los revolucionarios de la época Inglaterra era una suerte de modelo de gobierno, teniendo en cuenta las pocas referencias que había entonces. Voltaire mismo queda maravillado. Cuando estaba en Inglaterra, en el último cuarto del siglo XVIII, había allí un régimen parlamentario, un rey cada vez más simbólico y cierta libertad de prensa, algo que no existía en muchos países de Europa”, repasa Pigna.

Aquellas características contrastaban con la opresión, inequidad y ahogo que expresaban las monarquías absolutas de la Europa continental. Por ello, para el autor de “Libertadores de América”, ese modelo “aparecía como interesante desde el punto de vista político, con un parlamentarismo fuerte y los grandes debates que se daban en la sociedad, con sus periódicos, sus sociedades secretas, etc”.

Sin embargo, que Inglaterra fuera un modelo a seguir para muchos latinoamericanos no debe confundirse, según el historiador, “con ser un agente inglés ni con promover la dependencia de Gran Bretaña”.

Y ejemplifica con la actitud de San Martín cuando en 1815 Carlos María de Alvear propone la entrega del Virreinato del Río de la Plata a Gran Bretaña, desesperado por la inminente caída de Napoleón y frente a las expediciones que empezaba a mandar Fernando VII.

Que Inglaterra fuera un modelo político a seguir no significaba ser un agente inglés ni con promover la dependencia”

El Director Supremo Alvear -recuerda Pigna- decide entregarnos a Gran Bretaña en la famosa misión que le encomienda a Manuel José García ante Lord Strangford, embajador británico en Brasil. San Martín se opone tenazmente a esto. Si hubiera sido un agente inglés le hubiera sido muy sencillo acompañar a Alvear”.

Pero San Martín no solo no lo acompañó, sino que promovió “la denuncia de Alvear y la denuncia de traición a la Patria. Esto no significa que no admirara al modelo británico que aparecía, junto al americano, como más interesantes desde el punto de vista político”.

De logias y masones

Ante el clima represivo que constituían el absolutismo y la Inquisición, y donde el poder terrenal del papado se extendía mucho más allá de las cuestiones espirituales, conspiradores y revolucionarios se organizaban en secreto y de manera clandestina. Pigna recuerda que “había logias de distinto tipo” y que las más importantes eran las logias masónicas, que tuvieron una importante participación en las revoluciones liberales del siglo XVIII.

“En la revolución norteamericana -destaca- toda su plana mayor era masónica y los íconos revolucionarios están plagados de sus símbolos, como el dólar y esa pirámide que es símbolo masónico. Ahí están Washington, Jefferson, Adams, todos ellos masones. Otro tanto sucedió con la Revolución Francesa”.

Básicamente se trataba de sociedades secretas que “luchaban contra el absolutismo, contra el poder de la Iglesia Católica, no contra el poder de la religión, sino contra el poder terrenal de la Iglesia, contra el papado, contra el absolutismo y por la república, la independencia y la Constitución, que eran los slogans que habían surgido en la pionera revolución norteamericana de 1776”.

Defender estos principios era sinónimo de ser masón en las primeras décadas del siglo XIX. Y la forma de organización eran las logias, como lo fue la Logia Lautaro que integrarían tanto San Martín como Manuel Belgrano, además de muchos otros patriotas latinoamericanos.

“Ser masón significaba eso y tener cierta pertenencia, no necesariamente absoluta. San Martín es un ejemplo interesante. Cuando se produce la traición de Alvear rompe con la Logia Lautaro, cosa no frecuente en la masonería, y forma su propia logia, tanto en Mendoza como en Santiago y en Lima, desobedeciendo a la logia de Buenos Aires”, relata el estudioso.

Pero todo esto va a empezar a cambiar a medidos del siglo XIX, cuando según Pigna “la masonería ya es un club de poder, como quizás lo es hoy en algún sentido. Llegará a ser muy fuerte en la Argentina a partir de la presidencia de Mitre, y con Urquiza antes, donde tenemos una enorme cantidad de presidentes masones que, por ejemplo, antes de asumir la presidencia presentaban su programa de gobierno ante la masonería”.

Después de la Revolución de Mayo San Martín ve que hay una guerra declarada y que hace falta alguien que ordene esa guerra”

Mientras en Europa se sucedían la guerra y las conspiraciones, en América la revolución ya estaba en marcha. El 14 de septiembre de 1811 San Martín se embarca hacia Londres, donde pasará cuatro meses. Allí entrará en contacto con la Gran Hermandad Americana, logia fundada por el patriota venezolano Francisco de Miranda y de la que la Logia de Cádiz será una rama. También se reunirá con políticos vinculados al gobierno británico que le hacen conocer el llamado “Plan Maitland”, que promovía la emancipación de Buenos Aires, Chile, Perú y Quito.

“Después de la Revolución de Mayo, San Martín ve que hay una guerra declarada y que hace falta alguien que ordene esa guerra, que es muy desventajosa para los americanos”, asegura Pigna. Y agrega: “Sabe que tiene la capacidad de hacerlo después de tantos años en el ejército español, y ahí decide. A partir de un ardid, de engañar a la oficialidad española con la supuesta necesidad de un viaje familiar a Perú, logra que le conceden una licencia, viaja a Londres y de allí al Río de la Plata”.

En enero de 1812 San Martín se embarca en la fragata inglesa “George Canning“ rumbo a Buenos Aires. La historia, entonces, comenzará a escribirse en el sur del mundo.

Los Andes quedan chicos para una América libre y demasiado grande

“La batalla de San Lorenzo”, acrílico sobre lienzo (año 2010) de Diego Manuel Rodríguez (www.diegomanuel.com.ar)

Tenía acento andaluz y le gustaba tocar la guitarra. Algo que, según quienes lo conocieron, hacia muy bien. Las “cantes” eran sus interpretaciones favoritas. Después de todo, cuando San Martín desembarcó en Buenos Aires tenía 34 años y hacía casi 30 que había partido. Ahora estaba de vuelta para preparar la guerra contra los españoles. Pero no sólo para eso. Quería la libertad, la igualdad y la fraternidad por la que había visto luchar en Europa. Quería una Patria grande. Demasiado grande.

“San Martín tenía contactos muy precisos. Por un lado, los de la masonería y por otros lo de la política. Crea la Logia Lautaro, que promueve la declaración de la Independencia y una Constitución republicana; se afilia a la Sociedad Patriótica que encabezaba Bernardo de Monteagudo; adhiere a los ideales morenistas y participa en el derrocamiento del Primer Triunvirato, que es un hecho cívico-militar que termina con un gobierno muy impopular”, relata el historiador Felipe Pigna.

Cuando llega a Buenos Aires, el 9 de marzo de 1812, el Triunvirato le reconoce el grado de teniente coronel que tenía en el ejército español. También le encarga la creación de un regimiento para vigilar las costas del Paraná frente a la amenaza realista desde Montevideo. Creará así los “Granaderos a caballo”, que se instalarán en el Retiro, y vencerá por primera vez a los españoles en febrero de 1813 en el combate de San Lorenzo, donde el sargento Juan Bautista Cabral le salvó la vida.

Pero San Martín no era un alfil militar sino un actor político. Y actuará como tal. Gobernaba el Primer Triunvirato, integrado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso. Pero el poder lo tenía secretario de gobierno, Bernardino Rivadavia. “Era un gobierno muy centralista y retrógrado -sostiene Pigna-, que se preocupaba fundamentalmente de Buenos Aires, por administrar los bienes y recursos nacionales que esta se apropiaba, generados a través del Puerto y de la Aduana”.

Para el autor de “Libertadores de América”, se trataba de “un gobierno muy temeroso de Europa y fundamentalmente de Gran Bretaña. Rivadavia era un hombre absolutamente obediente a los ingleses y ellos no quería que avanzáramos hacia la independencia porque eso iba a molestar a España, que era una aliada en la lucha contra Napoleón”.

El Primer Triunvirato “hacía todo lo posible por retardar el avance militar y político hacia la independencia. En esa misma línea se va a inscribir después Alvear, del lado rivadaviano, y su propuesta de convertirnos en colonia inglesa. Por ejemplo, Rivadavia es el que sanciona a Belgrano por haber creado la bandera. Este tipo de cosas iba provocando el enojo de los patriotas, que terminarán derrocándolo”.

Será el 8 de octubre de 1812 cuando San Martín y la Sociedad Patriótica marcharán sobre la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo), Granaderos incluidos, para lograr la renuncia del Triunvirato. “No siempre están las tropas para sostener gobiernos tiránicos”, había dicho el Libertador.

Asume entonces el Segundo Triunvirato, integrado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte. Este tiene mucha más afinidad con los patriotas y da un nuevo impulso a la guerra por la independencia. Después llegará la Asamblea del Año XIII, que va a crear un poder unipersonal: el Directorio. Será Gervasio de Posadas quien aceptará la propuesta de San Martín de ser designado gobernador de Cuyo.

San Martín al gobierno

“Fue un gobierno que duró tres años, que fue muy importante. El aspecto político de San Martín no es un adorno. En ese momento tenía dos objetivos: la preparación del Ejército de Los Andes y gobernar Cuyo, que por entonces abarcaba San Juan, San Luis y Mendoza”, reseña Pigna.

Según el historiador, se trató de “un gobierno progresista, moderno, que promovió la educación y la salud pública, el lugar de la mujer y que reformatea la economía, particularmente la mendocina”.

“Mendoza vivía de la venta de ganado a Chile y cuando Chile cae en manos españolas se tiene que reconvertir, pasando de una economía ganadera a otra agrícola, adquiriendo gran importancia la vitivinicultura”. Además, el flamante gobernador creó un sistema impositivo más igualitario para que aportaran más aquellos que más tenían.

En marzo de 1816 comienza a sesionar en Tucumán el Congreso que el 9 de julio del mismo año declarará la Independencia. “El operador político más importante de San Martín en el Congreso de Tucumán era Tomás Godoy Cruz. San Martín tiene la urgencia de la declaración de la Independencia porque quiere cruzar a Chile en el verano del 17, el único momento del año en que se puede cruzar la cordillera, como el general de un país independiente”, resume el experto.

Y agrega: “Envía a Tucumán iniciativas muy interesantes, como el primer proyecto nacional de defensa de la industria argentina, que es el proyecto de protección del vino cuyano, firmado por él y por Godoy Cruz, que es tratado en junio del 16 y rechazado por los diputados porteños diciendo literalmente que si se aprobaba nos íbamos a aislar del mundo”.

San Martín, al igual que el Martín Miguel de Güemes, apoyará la propuesta de Manuel Belgrano de proclamar a un rey inca, con el objetivo de no sobrexcitar a las monarquías europeas, incluir a los pueblos originarios y avanzar en el marco de una autonomía democrática.

La iniciativa fue rechazada por los delegados de Buenos Aires, quienes en palabras de Tomás de Anchorena consideraron inaceptable ser mandados por un hombre “de la casta color chocolate, por un rey en ojotas”. Hubo independencia, más no organización nacional.

San Martín y Belgrano tenían una absoluta coincidencia política e ideológica. San Martín veía en Belgrano al enorme intelectual que era, pionero de todo lo que se nos pueda ocurrir: política, educación, economía, etc. La presencia física de Belgrano en Tucumán, como invitado no como vocal informante, y la presencia de San Martín a través de sus delegados Laprida y Godoy Cruz, fue fundamental para que ese Congreso apurara la declaración de la independencia”, resume Pigna.

San Martín será clave en la declaración final. El autor de “1810” subraya que “San Martín corregirá el acta original, que decía ‘libres de España, Fernando VII y sucesores’ por ‘y de toda dominación extranjera’, un detalle ‘pequeño’, pero muy importante”. Sobretodo si Inglaterra está merodeando y a quienes están dispuestos a hacerle un lugar.

Seamos libres, lo demás no importa nada

“La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada”, escribió San Martín en la proclama al Ejército de Los Andes que en 1817 comenzaría la gesta para liberar a Chile y Perú.

“La campaña fue muy dura. El cruce de los Andes fue una preparación de tres años, con mucha logística, analizados minuciosamente todos los detalles”, repasa Pigna. Más de 5.000 hombres que atravesaron las montañas más altas de América y soportaron temperaturas de 10 grados bajo cero durante la noche. El propio San Martín, aquejado por la úlcera, debió ser transportado en camilla en más de una oportunidad.

El investigador adiciona que “fue un cruce que duró más de 20 días, una operación militar de una envergadura extraordinaria, con pocos precedentes en el mundo, una línea de combate de más de mil kilómetros, desde La Rioja hasta el sur de Mendoza, dieciséis columnas que se concentran en Chile y van liberando zonas hasta reunirse en Chacabuco y dar la primera batalla, que es tremenda, y que de alguna manera pone en fuerte crisis al Imperio Español en América”.

Está a punto de caer Chile y eso complica mucho al Perú y al dispositivo español en el continente. Simón Bolívar, que estaba derrotado y preparando una contraofensiva, al enterarse del triunfo en Chacabuco, se lanza al ataque nuevamente en el norte de Sudamérica.

“Luego vendrá la única derrota, la de Cancha Rayada, en la que afortunadamente, por las características de mando de San Martín, que era una clara delegación de poder y de que cada uno hiciera lo que tenía que hacer aunque él no estuviera, se salva la mayoría de la tropa para que, finalmente, se pueda dar la batalla de Maipú, que es la que provoca la independencia definitiva de Chile”, destaca el experto.

“San Martín cruzando Los Andes 4 ”, acrílico sobre papel (año 2020) de Diego Manuel Rodríguez (www.diegomanuel.com.ar)

Liberado Chile, San Martín emprende por mar la campaña hacia Perú. Siendo jefe del Ejército del Norte, y después de las derrotas de Belgrano en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma, había comprobado que sería mucho más difícil avanzar con éxito por tierra.

Sin embargo, este no sería su único problema. Buenos Aires retaceaba su apoyo y ya lo miraba con recelo. Su creciente prestigio y la negativa de reprimir en 1820 a los caudillos del Litoral le sumaban enemigos en el Puerto.

“La logia -dice Pigna- ya no quería apoyarlo porque veía que estaba creciendo mucho políticamente y un triunfo en el Perú lo iba a colocar en una posición muy expectante para el Congreso, por el momento utópico pero que en algún momento se iba a reunir, que debía elegir Presidente. San Martín tiene que arreglárselas solo”.

“Además -agrega- se niega a participar en la guerra civil cuando se produce la amenaza de los caudillos del Litoral sobre Buenos Aires. Ahí se produce la convocatoria urgente al único ejército organizado que tenía el país en ese momento, que era el de Los Andes, y San Martín se niega, continuando con la campaña libertadora. Eso le vale el abandono de Buenos Aires. Entonces recurre a Chile y se arma la expedición conjunta que termina con la independencia del Perú”.

A pesar de haberle dicho al Directorio que “el general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”, se las arregló para emprender la segunda etapa de la campaña.

Con una escuadra formada por 24 buques y unos 4.800 soldados fondeó en el puerto de Pisco, se impuso en la batalla de Pasco y bloqueó el puerto de Lima. El 10 de julio de 1821 el virrey De la Serna se vio obligado a rendirse y San Martín entró victorioso en la capital del virreinato del Perú.

“Ahí le dejo la gloria”

“Encuentro de San Martín y Bolívar”, obra de Pedro Subercasaux.

El 28 de julio de 1821 San Martín declaró la independencia del Perú, en el que fue declarado Protector con plena autoridad civil y militar. En medio de graves dificultades económicas que pronto generaron el descontento de la población, logró la rendición de los realistas donde estos aún resistían: en el Sur y Centro del país. Durante su gobierno abolió la esclavitud y los servicios personales de mita y yanaconazgo, garantizo las libertades de imprenta y de culto, creó escuelas y la Biblioteca Pública de Lima.

Pero mientras San Martín avanzaba desde el norte, Bolívar lo hacía desde el sur. Los libertadores se reunirán en Guayaquil el 26 y 27 de julio de 1822. Sin embargo, Pigna asegura que “San Martín no quería ir al encuentro con Bolívar y hace todo lo posible por evitarlo, porque sabía que estaba en inferioridad de condiciones”.

“Tiene una situación complicada en el Perú, la guerra aún no ha terminado. Se declaró la independencia, pero en el sur del Perú sigue la lucha muy dura, porque allí se hicieron fuertes los realistas. Pide auxilio a Buenos Aires enviando un emisario, Juan García del Río, que ni siquiera es recibido por el gobernador ni por el ministro Rivadavia. Es despreciado. Incluso con la confesión, por parte de Rivadavia, de que no iban a prestarle ayuda a San Martín porque si triunfaba en el Perú iba a ser el futuro Presidente de la República”, explica Pigna.

La reunión se producirá en un contexto dispar. “Bolívar -relata el historiador- con un ejército que lo duplicaba y un gran país atrás que es la Gran Colombia, apoyándolo; San Martín sin el respaldo argentino ni chileno, y con una contrarrevolución en el Perú que estalla apenas él se va y que termina con la caída de su primer ministro, Bernardo Monteagudo. Así que San Martín está solo”.

Los hechos se precipitan. Para el autor de “Los mitos de la historia argentina”, San Martín “es consciente de su soledad y le ofrece a Bolívar ser su segundo. Bolívar aprovecha esto para decirle que no, que no puede tener un segundo tan importante como él. San Martín es consciente de que lo que está queriendo Bolívar es quedar solo él al mando de la última campaña. Y le dice aquella frase contundente: ‘Ahí le dejo la gloria’. Y se retira”.

Le deja su mejor gente: su ejército, su hombre de confianza, Bernardo de Monteagudo, que va a ser secretario de Bolívar, y que va a luchar por la reunión del Congreso de Panamá de 1826, que lamentablemente no va a ver porque va a ser asesinado el año anterior. A pesar de todo, San Martín tiene una actitud muy noble con Bolívar”, concluye el historiador.

Las coincidencias entre San Martín y Bolívar en Guayaquil tienen que ver con continuar la guerra contras los realistas hasta las últimas consecuencias y en la necesidad de darle forma a una “Patria grande”, a una América Latina unida.

Difieren, en cambio, en la forma de gobierno a adoptar en los nuevos países. “San Martín habla de una monarquía moderada, al estilo inglés, y Bolívar habla de una república fuerte, una dictadura, teniendo en cuenta la guerra civil que ya estaba desatada en muchos países liberados”, explica Pigna.

Buenos Aires le da la espalda

San Martín renuncia como Protector del Perú y decide volver a Buenos Aires en 1823, después de atravesar Chile y Mendoza. A orillas del Río de la Plata lo espera su mujer, Remedios, quien está gravemente enferma. Pide autorización para ingresar a Buenos Aires, pero Rivadavia, quien era ministro de gobierno de Martín Rodríguez, se la deniega aduciendo razones de seguridad.

Para Pigna “lo que hace Rivadavia es amenazarlo y ponerle espías, como dice el propio San Martín, quien sufrió intentos de asesinato, espionaje en su correspondencia y la amenaza de ser detenido si bajaba a Buenos Aires, con la acusación absurda de haber robado un ejército por haber llevado a los Granaderos, que Buenos Aires consideraba propios, al cruce de los Andes”.

No siempre están las tropas para sostener gobiernos tiránicos”
SAN MARTÍN

El delicado estado de salud de su esposa lo impulsa a desafiar la negativa. Enterados de la situación, los caudillos del Litoral ofrecen ayuda a San Martín y Estanislao López le dice que está dispuesto a escoltarlo con su tropa. El Libertador agradece el ofrecimiento pero lo rechazada. No quiere más derramiento de sangre.

“Cuando San Martín por fin llega a Buenos Aires, Remedios había muerto”, relata Pigna. Además, se encuentra con que “se había lanzado una campaña feroz de la prensa unitaria en su contra, ya que no le perdonaban no participar de la guerra civil”.

Es entonces cuando el Padre de la Patria decide partir al exilio. “Era un nivel de ingratitud insoportable, ya que con todo lo que había hecho por el país lo estaban echando. Rivadavia, puntualmente”, subraya el investigador.

Si su ideario estaba mucho más cerca de Estanislao López y los federales que de Bernardino Rivadavia y de los unitarios, por qué de San Martín no tomará partido. “Hay una situación geopolítica muy compleja”, anticipa Pigna. Y explica: “Los caudillos ganaron la Batalla de Cépeda (1 de febrero de 1820) pero perdieron en el Tratado del Pilar”.

Esto para el historiador significa que “a Buenos Aires se le podía ganar militarmente pero era imposible imponerle política sin un cambio del esquema hegemónico. San Martín era consciente de que, aunque hubiera entrado con 5000 soldados a Buenos Aires, no cambiaba nada. Era un tipo muy estratégico”.

El Libertador partirá rumbo a Europa con su hija Mercedes. Tras una breve estadía en Londres se instalarán en Bruselas. En 1824 llegarán a París para que la niña pueda completar sus estudios. Y allí comenzará otra historia…

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