Las sociedades experimentaron un cambio en el modo de control y actualmente nos convertimos en sujetos activos de nuestra propia vigilancia.
Este mes caminaste diez kilómetros, visitaste más de cien lugares, anduviste ocho horas en auto y conociste dos ciudades nuevas. Todos esos datos son los que mes a mes me proporciona Google a través de la geolocalización de mi teléfono celular. Estas son las películas que tenemos para vos, me anuncia Netflix. Estas son las mejores ofertas en los artículos que estás buscando, son los avisos que suelen aparecer cada vez que hablo con un conocido acerca de lo que quiero comprar y así podríamos seguir. Son situaciones cotidianas, que hoy naturalizamos porque ya estamos acostumbrados.
Somos una sociedad que se considera libre y abierta al mundo. Los diferentes dispositivos tecnológicos y los nuevos sistemas de información nos permitieron un acceso al mundo. Estamos hiperconectados y constantemente vivimos y sentimos las consecuencias de la globalización. Sin embargo, son esas mismas particularidades las que hicieron que estemos siempre ubicables y por ende, siempre controlados.
¿Cómo se explica esto? Tras la Segunda Revolución Industrial, la población comenzó a desarrollarse en los marcos de una sociedad disciplinaria pero, los diferentes avances tecnológicos y el cambio de prioridades fueron convirtiendo los antiguos mecanismos hasta llegar a lo que hoy conocemos como sociedades de control.
Siguiendo los planteos elaborados por el sociólogo Michel Foucault, la sociedad disciplinaria es aquella en la cual el comando social se construye a través de una red de aparatos que producen y regulan costumbres, hábitos y prácticas productivas. La puesta en marcha de esta sociedad, asegurando la obediencia a sus reglas y a sus mecanismos de inclusión y / o exclusión, es lograda por medio de instituciones disciplinarias (la prisión, la fábrica, el asilo, el hospital, la universidad, la escuela, la familia etc.) que estructuran el terreno social y presentan lógicas adecuadas a la “razón” de la disciplina. El poder disciplinario gobierna, en efecto, estructurando los parámetros y límites del pensamiento y la práctica, sancionando y prescribiendo los comportamientos normales y / o desviados.
Esas instituciones crean lugares de encierro y eran las encargadas de moldear al individuo de acuerdo a las necesidades de la sociedad. La modernidad se caracterizaba por el progreso social, la idea de un futuro mejor. Es decir, los sujetos debían actuar de acuerdo a un orden preestablecido para alcanzar esos objetivos. Se buscaba constantemente homogeneizar las conductas de las personas y surge de esa manera la idea de los cuerpos domesticados.
La sociedad disciplinaria es aquella en la cual el comando social se construye a través de una red de aparatos que producen y regulan costumbres, hábitos y prácticas productivas.
Los dispositivos de control se regulaban de manera panóptica. Es decir, se ejercía desde un lugar en donde la gente no percibía que lo estaban observando. Se trata de una especie de ojo que todo lo mira. Una especie de Gran Hermano, pero en el plano social. Las torres en las cárceles o la dirección desde la cual se podían observar los patios y las aulas de las escuelas pueden ser un ejemplo de esos lugares de control.
Pero la sociedad entra en crisis y por ende también ocurrirá lo mismo con las instituciones. Y son otros autores los que toman las ideas planteadas por Foucault para elaborar nuevas consideraciones. Entre ellos se destaca Gilles Deleuze quien propuso un programa de estudios para transformar el análisis de la sociedad disciplinaria, dado que, como el mismo Michel Foucault decía a fines de la década de 1970, la disciplina estaba perdiendo vigencia.
Estamos entrando en sociedades de control que ya no funcionan mediante el encierro, sino mediante un control continuo y una comunicación instantánea.
Para Deleuze, los tiempos de la sociedad disciplinaria estaban terminando. Pero eso no significa que el panorama sea muy alentador. “Es posible que los más duros encierros lleguen a parecernos parte de un pasado feliz y benévolo frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan”, alertaba.
A diferencia de lo que sucedía en la sociedad disciplinaria, en las actuales sociedades de control el acento no se coloca en impedir la salida de los individuos de las instituciones. Al contrario, se alimenta constantemente una falsa ilusión de libertad. Se fomenta la formación online, la instauración del trabajo en casa, el teletrabajo que hoy por hoy cobró relevancia por la difícil situación sanitaria que atraviesa el país.
Es decir, un sistema sin horarios, sin nadie que esté vigilando. Pero lejos de lo que se pueda pensar, trabajar desde casa no siempre significa el hecho de trabajar menos.
Estamos al tanto de la competencia dentro del mercado laboral entonces, en las sociedades de control ya no se trata de impedir la salida, sino de obstaculizar la entrada. No es sencillo acceder a puestos de privilegio. Para poder hacerlo, hay que superar diversos obstáculos, entre los cuales el principal es el económico: el hombre ya no está encerrado, sino endeudado. No sólo resulta difícil ingresar; también es muy difícil permanecer. Pero los privilegios de pertenecer hacen que se extremen los esfuerzos por cruzar la barrera.
Además, otra diferencia planteada por Deleuze es que: “En las sociedades de disciplina siempre se estaba empezando de nuevo (de la escuela al cuartel, del cuartel a la fábrica) mientras que en las sociedades de control nunca se termina nada: la empresa, la formación, el servicio son los estados metaestables y coexistentes de una misma modulación, como un deformador universal”.
Volviendo a la situación laboral que rige actualmente en muchos ámbitos, la supuesta libertad del tiempo abierto resulta un elemento de control mucho más fuerte que el encierro. Ya no se necesita tener a un empleado confinado bajo llave ni vigilado para que trabaje. Se le da la posibilidad de que haga su tarea en su casa, sin horarios, en su tiempo libre. Pero ese empleado sabe que si él no hace su trabajo otro lo hará por él, quitándole su lugar; que si no tiene su celular encendido permanentemente, poniendo todo su tiempo a disposición, su jefe de equipo llamará a otro empleado más comprometido con el trabajo.
De modo semejante, quien se capacita online no lo hace en su tiempo libre sino quitándose horas de sueño, porque sabe que si no se actualiza permanentemente dejará de pertenecer a un grupo de privilegio.
Y el sentido no es poner en discusión la modalidad en la actual situación de pandemia ya que la crisis sanitaria implica que estas prácticas se lleven a cabo para garantizar lo máximo posible la salud de los diferentes actores sociales. El objetivo es plantear un disparador para entender qué hay detrás de un sistema que llegó hace mucho, cobró fuerza y ahora parece quedarse. Estamos entrando en sociedades de control que ya no funcionan mediante el encierro, sino mediante un control continuo y una comunicación instantánea.
Actualmente desde una computadora, a metros o kilómetros de distancia pueden tener un parámetro de nuestro desempeño. Pasa en una empresa, pasa en la escuela, pasa en la fábrica. Por ese motivo, nos autocontrolamos, pasamos a ser sujetos activos de la vigilancia. Además, aquel panóptico de las instituciones en las sociedades de disciplina, actualmente siguen presente y cobraron mayor relevancia de una forma digital.
Asimismo y retomando lo expuesto al principio, somos individuos que dentro de nuestra libertad vamos dejando huellas en casi todas nuestras acciones e interacciones con el mundo digital e informático. Vamos diciendo qué consumimos, con qué nos entretenemos, qué opinión política cultivamos. Y cuanto más dentro del grupo de pertenencia está un individuo, más se multiplican sus rastros. Todo eso forma parte de un enorme archivo virtual que permite a los organismos y grandes corporaciones hacer un análisis de cada uno de nosotros. Saber cuáles son nuestras prácticas y así orientar nuestro consumo.
Y es precisamente ese el nuevo eje de control social. Nos convertimos en una sociedad consumista y reconvertimos el ideal de “orden y progreso”.
En cierto punto nos volvimos esclavos del mercado, ese que nos incita a tener el último celular, la ropa de moda, los dispositivos siempre actualizados. Para poder alcanzar esos objetivos debemos estar insertos en la sociedad, trabajar cada vez más, incrementar nuestros ingresos.
En caso de perseguir esos intereses, al lograrlos seguro nos sentiremos satisfechos pero, también quedará claro que hemos sido moldeados de acuerdo a sus exigencias.
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